Xitle

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Uno de mis sueños más acariciados es tener la capacidad de viajar en el tiempo y presenciar los extraordinarios procesos terrestres que han dado forma a nuestro mundo. Imagino caminar entre antiguos bosques de helechos, contemplar la majestuosidad de los dinosaurios en su hábitat natural, o presenciar la formación de las Sierras Madres a medida que las placas continentales se movían. También me gustaría recorrer nuestro territorio en una época en la que nuestros bosques originarios aún estaban intactos…

Este sueño se materializó parcialmente cuando tuve la oportunidad de estudiar Geología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Con un conocimiento incipiente, comencé a realizar fascinantes expediciones por el campo junto a mi profesor. A medida que él narraba y señalaba, las rocas y las capas de la tierra cobraban vida ante mis ojos.

Al lado de mi mentor, pude visualizar la formación de la Sierra del Tepozteco a partir de una meseta original, con sus laderas erosionadas por el agua y el viento. También presencié el flujo de lava que emanó de una grieta en la Sierra del Ajusco, dando lugar al accidente geográfico conocido como “la pera” en la carretera México-Cuernavaca.

Desde hace mucho tiempo, he adoptado la costumbre de interpretar el paisaje y desentrañar la historia no escrita de su formación a través de sus elementos. Todo está ahí, esperando ser descubierto para revelar los secretos de la Tierra y comprender la vida que palpita en lo que llamamos materia inerte.

Mi sueño más anhelado empieza con la formación de la cuenca que rodea a la Ciudad de México y culmina con la contemplación de los lagos de Tenochtitlán desde la urbe. Todo este movimiento que ha dado lugar a vastas extensiones y maravillosas estructuras geológicas tiene sus raíces en movimientos más amplios que atraviesan el país.

El Eje Neovolcánico es una franja rocosa marcada por una intensa actividad tectónica que cruza el país cerca del paralelo 19°, desde las islas Revillagigedo hasta el Golfo de México. Formando parte del Cinturón de Fuego del Pacífico, esta región se caracteriza por la abundancia de volcanes y lagos volcánicos, muchos de los cuales aún están activos. Entre ellos se encuentran el Volcán de Fuego de Colima, el Paricutín, el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl, el Nevado de Toluca y el Pico de Orizaba, la cumbre más alta del país. El Eje Neovolcánico surge en el límite entre la Placa de Norteamérica y la Placa de Cocos, con una gran falla al sur ocupada por el río Balsas.

Esta intensa actividad tectónica dio lugar, hace millones de años, a la formación de las cordilleras que rodean la Ciudad de México, parte del Valle de México. La Sierra de Guadalupe surgió primero, extendiéndose de oeste a este entre el Estado de México y la alcaldía Gustavo A. Madero. Aunque gran parte de su flora originaria ha desaparecido y ha sido reemplazada por eucaliptos, todavía conserva algunas elevaciones sin urbanizar, como el Cerro del Chiquihuite, aunque corre el riesgo de ser absorbida por la expansión urbana.

Luego se formó la Sierra Nevada, dominada por el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, que separan la Ciudad de México del estado de Puebla. El Popocatépetl sigue activo, mientras que el Iztaccíhuatl muestra cierta actividad sísmica. La contemplación de estos volcanes desde la ciudad es un espectáculo fascinante.

La Sierra de Las Cruces, que se extiende de norte a sur en el poniente, limita al norte con la Sierra de Guadalupe y separa la Ciudad de México del Valle de Toluca. Aquí se encuentra el Parque Nacional Desierto de los Leones, un destino popular para excursiones de campo y actividades al aire libre.

La formación más reciente es el corredor Ajusco-Chichinautzin, que cierra el extremo sur de la ciudad. Está compuesto por una serie de antiguos volcanes de cono, como el Teuhtli, el Cuauhtzin, el Chichinautzin y el Ajusco, en el exterior, y por volcanes tipo escudo, más pequeños pero muy activos, como el Teuhtli, el Oyameyo y el Xitle, entre otros, en el interior. La Sierra del Ajusco bloqueó el flujo de aguas residuales de los lagos hacia el sur, convirtiendo la cuenca en endorreica hasta que se construyeron canales para drenar los lagos hacia el norte.

Además de estas sierras periféricas, la ciudad cuenta con la Sierra de Santa Catarina, que anteriormente formaba la Península de Ixtapalapa y está compuesta por varios volcanes jóvenes como el Yohualixqui, el Tetecón, el Xaltepec y el Cerro de Guadalupe, culminando en el Cerro de la Estrella, donde los mexicas celebraban la ceremonia del Fuego Nuevo cada 52 años. A pesar de los esfuerzos de conservación en la Sierra de Santa Catarina, el lado norte se ha urbanizado irregularmente y el sur ha sufrido deforestación. Algunos de los cerros han disminuido su volumen debido a la explotación de tezontle y otros materiales para la construcción.

No es difícil imaginar este territorio alguna vez plano, que se elevó gradualmente para formar las sierras mientras se llenaba de agua, principalmente por las lluvias del altiplano y los escurrimientos de las montañas que formaron manantiales como los de Xochimilco, así como el deshielo de los volcanes.

Los lagos de la cuenca de México debieron haber sido atractivos para los grupos de cazadores-recolectores que se asentaron en sus orillas hace unos 11,000 años. Durante 9,000 años, vivieron de manera simple, sustentándose con la caza, la pesca y la recolección de frutos y semillas en los bosques. En aquella época, la región estaba cubierta.

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