Acabo de llevarme una enorme sorpresa.
Hace una semana cerramos la negociación con un cliente con quien tenemos una larga relación de amistad y confianza.
No sólo significaba la realización de un evento importante, sino el inicio del renacimiento; el fin de la cuarentena.
Después de casi 3 meses de sequía, durante los cuales sólo veíamos cómo el viento jugueteaba con algunas hojas a lo largo y ancho de las instalaciones vacías, cómo el sol hacía su recorrido de horizonte a horizonte, como extrañando el bullicio, las risas, la estridencia de los eventos que suelen habitar el espacio; no podía haber mejor noticia.
Iniciamos los preparativos, adecuación de espacios, diseño del programa y, muy especialmente, la implementación de protocolos de seguridad, por arriba de los estándares recomendados.
Equipo de protección personal, sanitización, lay out garantizando espacios holgados, termómetros, nuevos métodos de servicio de alimentos, etc.
En mi cabeza y pecho no cabía más que el reto de ofrecer un servicio que excediera las expectativas y demostrar al mundo que sí se puede y que había llegado el momento de inaugurar la etapa post crisis.
Las banderas de la empresa son el optimismo, la resiliencia, la capacidad de adaptación, el salir de la caja para crear, el “no puedo no existe”.
A unas horas del evento, empiezan a llegar rumores de que en el personal operativo había temores y desconfianza; miedo a contagiarse al recibir a los clientes.
Y que algunos se negarían a trabajar.
La euforia de los días previos, se tornó en preocupación, sorpresa, y sobre todo enojo conmigo mismo.
¿Cómo era posible no haber tomado en cuenta el sentir de mi equipo?; pensar que todos tomarían la noticia de manera positiva y entusiasta.
En mi cabeza todos deberían saltar de gusto, pues la maquinaria que conformamos, empezaría de nuevo a producir y a generar su música.
Convoqué a una reunión con todos los involucrados y empecé por pedirles perdón, por pensar que todos estarían en el mismo estado de ánimo y acepté mi falta de sensibilidad.
A continuación, invité a que todos expresaran sus emociones y miedos.
Después, analizamos la disyuntiva que ha tenido enfrentados a gobiernos, empresarios, científicos, ciudadanos de a pie y autoridades de salud:
Guardarnos a piedra y lodo, hasta que sea totalmente seguro VS. Retomar la actividad económica con gradualidad, cautela y protocolos de seguridad.
Revisamos ejemplos emblemáticos en el mundo y escenarios alternativos.
Conversamos sobre los riesgos y la imposibilidad de contar con algún tipo de certeza.
Cada quien externó sus puntos de vista, temores y recomendaciones.
Posteriormente expusimos las medidas de seguridad que regirían durante el desarrollo del evento, subrayando que se requerirá de un esfuerzo extra y de una disciplina sin concesiones.
Asumí plena responsabilidad por su seguridad y por minimizar con todos los recursos al alcance de la empresa, los posibles riesgos.
Una hora después, resurgió el entusiasmo y el compromiso que caracterizan al equipo, compartiendo todos el sentimiento de gratitud por estar juntos, por pensar y trabajar como equipo, por enfrentar y gestionar los conflictos sobre una base de transparencia, honestidad, lealtad e integridad.
Y por encima de todo por haber honrado la escucha, que constituye nuestro valor fundamental.
Mis aprendizajes:
* No inferir nunca que los demás comparten tu mirada.
* Refrenar los impulsos y brindarte la oportunidad de enriquecerte con otros puntos de vista
* Aceptar que “tu verdad” no es más que una de tantas interpretaciones posibles
* Que tu equipo merece siempre ser escuchado
* Que de esa escucha surgirán ideas más robustas y vínculos más sólidos y auténticos.
* Que debo ser más humilde