Si alguna vez has estado en la sala de consejo de un Banco, en torno a una infinita mesa de caoba, con micrófonos integrados, sillones de cuero, tan incómodos como imponentes, con banderas de satín, cuadros caros y algunos retratos de los próceres de la institución atestiguando, con gesto adusto, la sesión.
Al centro o en la cabecera un sillón con respaldo aún más alto, a manera de trono, carpetas de piel y lápices alineados de manera impecable, estarás de acuerdo que la atmósfera no puede ser más densa y que la misma determina el tono de las conversaciones, la forma de sentarse, de pedir la palabra, de expresar ideas y de negociar.
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Los invitados invisibles son el protocolo, la sobriedad, la elegancia, la corrección política, la diplomacia, las jerarquías, el temor reverencial, la adulación, la inseguridad, la rigidez, la hipocresía y, el principio de autoridad. Al igual que los valores entendidos, las tradiciones, los usos y costumbres, los temas intocables, los tabús.
En ese marco, es prácticamente imposible fluir, disentir sin generar tensión, contrariar al jerarca, o aportar ideas disruptivas.
No es un espacio para tormenta de ideas, para fantasías o atrevimientos. Los asistentes ansían que la reunión termine, sin haberse equivocado o desatado reacciones airadas con consecuencias imprevisibles.
Un ambiente en contacto con la naturaleza es un ambiente que automáticamente nos lleva a un espacio de tranquilidad, un espacio de serenidad y de paz con nosotrosos mismos y con el que está a mi lado. Para una capacitación empresarial es altamente recomendable encontrar el sitio adecuado, ya que tratamos de generar un diálogo entre el equipo, pero sobre todo intentamos generar una apertura a la visión externa, a las críticas y a la aceptación. Hemos podido observar que un ambiente natural mantiene a la mente en un estado creativo, proactivo y con un gran sentido de aceptación.
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